Lestandor - II: Amigos inesperados
Eleder salía del dirigible, acompañado del señor Lolquende, que le animó, con unas palmaditas en la espalda, a emprender su búsqueda.
-Sí -respondió él-, gracias, pero no se preocupe. Lo primero que haré será buscar a mi contacto aquí en Lestandor. Se trata de Celebriel, una silvana que conocí hace tiempo, en un problemático viaje que hice a Lórien -como se cuenta en "El Dr. Eleder: Asesinato en el Lórien Express", de próxima aparición-. Tiene que estar por aquí, entre toda la gente -y comenzó a otear la sala de espera, donde se agolpaba una multitud que esperaba a los distintos viajeros-. Espero que haya encontrado una forma discreta de llamar mi atenc...
De pronto, el volumen de las voces subió, y todos comenzaron a señalar un cartel de varios metros de diámetro, que, en perfectas tengwar feanorianas, rezaban "AIYA, DR. ELEDER, ESTOY AQUÍ!!!!!!". Y debajo, una esbelta y risueña elfa, dando saltitos y señalando. Eleder suspiró largamente y se dirigió hacia ella, dejando atrás a un Lolquende a quien las carcajadas mantenían doblado cuan largo era.
-¿Eres tú? ¿Eres tú de nuevo? ¡¡Hola, Eledito!! ¡Cuantísimo tiempo!
-Hola... Celebriel -Eleder carraspeó-. ¿Cabría acaso la posibilidad de que no se enterara todo Lestandor de mi llegada?
La elfa parpadeó -Pero... ¿quién se va a enterar? ¿Cuánta gente crees que hay en Lestandor que sabe leer tengwar, aparte de ti y de mí? ¡Nadie se enterará de nada! -su semblante se puso serio entonces, y continuó en tono más bajo- De todos modos... ni siquiera me has dicho que no te llame Eledito... y eso quiero decir que estás preocupado. ¿Algo va mal?
-Te lo explicaré todo mañana -respondió él, sombrío-; ahora llévame a...
Pero un imponente policía le hizo señas para que se acercara. Eleder tragó saliva y se acercó a él, seguido de Celebriel. El policía le pidió sus documentos, y, en un tono inequívocamente policial, comenzó a desgranar:
-Ajá... así que es ustedf el señor Eleder Ereldatarion... trabaja de... ¿crate... qué? Ah, profesor... ¿Y de qué asignatura, dice usted, de cuñe... ñuec... ah, de matemáticas... Bien... así que este es su equipaje... muy bien... y a quién conoce usted aquíf... su viaje es por turismo o por placer... ¿¿investigaciones secretas?? Ah, "de setas", graciasf, señorita... por cierto, parece que el señor se ha hecho daño en un pie... Muy bien... ¡Oh! ¿Y esto? -mirada severa a Eleder- ¿Me puede explicarf, señor -mirada al documento- Ereldatarion... ¿qué tipo de objeto es éste que guardaba usted aquí?
-Libro... libro... se llama "Libro"... -respondió Eleder, casi fuera de sí.
-Aaaahh, esa cosa con letrasf... pero... ¡aquí dentro no hay letras! ¡Me está usted mintiendo! -el policía comenzó a preparar su comunicador- Si realmente, como dice usted, todo esto de aquí son letras... ¿Puede leérmelo entero? Es por la seguridad, sabe usted, entiéndame...
El carrotaxi ya estaba llegando al hotel. Eleder no podía recordar bien cómo había sucedido todo, excepto unas palabras de Celebriel, "Déjame a mí", otras más largas que no entendió, intercaladas con intervenciones cada vez más breves del policía, hasta que al final éste musitó un "todoenordenf,muygentil,graciasportodo", y pudieron escapar. Celebriel le había restado importancia: "Entre lestandoreanos, basta con hablar como un lestandoreano... y no dejarse avasallar, claro". Esta chica prometía ser una buena ayudante, desde luego.
Atravesaron una cortina cerrada de lluvia, para entrar finalmente al hotel (llamado "Sol de Lestandor", por cierto, nombre ante el que Eleder no pudo sino bufar silenciosamente). El doctor despidió a Celebriel ("mañana te lo contaré todo"), y se acomodó en su habitación.
Dado que tenía aún varias horas, comenzó a trabajar en su nuevo libro. La quietud y la paz del hotel comenzaron a tranquilizarle por fin... hasta que, de pronto, unos silbidos le sobresaltaron. Alterado, bajó de la silla y husmeó por la ventana. El patio parecía vacío, pero claramente alguien estaba lanzando sospechosos silbidos, claramente avisando a otra persona de algo... ¿De su presencia, quizá?
Intentó continuar trabajando, pero los silbidos persistieron, y pasaron a acompañarse de unos golpeteos, insistentes, suaves pero continuos, en el patio que daba a su ventana... "Decididamente, vienen a por mí", pensó Eleder, tomando su bastón Alkarmakil, que había comenzado a usar últimamente, blandiéndolo, y abriendo de golpe la ventana.
Un loro aleteó, aturdido y aterrado, y voló silbando frenéticamente para situarse fuera del alcance del Catedrático. Eleder lo vio alejarse, suspiró, cerró la ventana y volvió a su trabajo. “Bueno, si no hay más interrupciones, podré terminar este capítulo sobre la marcación semántico-pragmática de la longitud de las vocales en el “coirëa quenya”…”, pensó, mientras escribía de nuevo.
Y en ese momento, dos oscuras figuras suspiraron aún más largamente que él. “Buff… creí que ese loro haría que nos descubrieran”, musitó uno. “Sí, pero estos universitarios están todos miopes… no te preocupes… en este patio no podrán encontrarnosf”, respondió el otro. “Sí, y en el momento en que el doctorcito este apague las luces y vaya a dormir, abriremos la ventana… ¡y será nuestrof!”, terminó el primero, con unos gestos silenciosos que parecían querer indicar “risa ominosa”.
Pasó una hora… Pasaron dos horas… Pasaron cuatro horas… “Oye, ¿es que no piensa dormirf?” “Yo qué sé… pero aquí fuera está lloviendo…” “Bueno, lleva seis horasf trabajando, pronto terminará…”.
Ocho horas más tardes, la luz de la habitación seguía encendida, se seguía oyendo al catedrático trabajar alegremente, y el sol estaba a punto de salir (o, mejor dicho, a mandar un mensaje a las nubes para decirles “avisad a la gente de abajo que ya estoy por aquí arriba, ¿vale?”). Los dos matones se hartaron: “Mira… se duerma o no se duerma, saltamos y ya está, acabaremos con él. Es sólo un Catedrático, no podrá hacernos nada. ¡Vamosf!”
De pronto, el Doctor escuchó un terrible estruendo. Un ruido de pelea proviniente del patio atronó sus oídos, seguido de quejidos y gritos de dolor. Eleder, que ya había terminado de escribir y estaba preparándose para acostarse, miró a hurtadillas hacia el lugar, y no vio más que un conjunto borroso de figuras que, de pronto, callaron y desaparecieron.
Y en ese momento llamaron a la puerta; su corazón dio un vuelco, pero, al abrir con cuidado, no vio más que a un Guardia de Seguridad, que, con claras señales de lucha en su cuerpo, le sonrió y le dijo:
-No se preocupe, Doctorf… Está todo controlado. La amenaza ha sido sofocada. Hay Gente –y sonrió aún más ampliamente- que cuida de usted.
Y mientras se marchaba, Eleder no pudo hacer otra cosa que quedarse perplejo en el sitio, parpadeando inmovil, mientras musitaba “pero… ¡pero si sólo era un loro!”
(Continúa)
5 Comentarios:
Qué mieduco... ¿Te ha pasado algo parecido estos días? Empiezo a temer por tu seguridad... ¬¬
Altáriel.
Genial!
Doctor Eleder, eso debe ser ficción, nunca supe de un catedrático de la UAN que trabajara más de... al menos... ehm... uhh... ahhh... que trabajara.
Señor Feadur, para todo hay excepciones. Aunque me sorprende que el Doctor Eleder sea la del catedrático trabajador...
Para todo hay tiempo en la vida de un Catedrático, señores Feadûr y Vailimo... incluso para trabajar, cuando no queda otra opción de pasar el tiempo...
Gracias por sus ánimos, estimada Eledhwen, y por su preocupación, estimada Altáriel... Como pronto verá, todo se resolvió positivamente...
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