h Malinorne: Lestandor - V: la Mitad del Mundo

Malinorne

Bloc cordelero del Dr Eleder, profesor de la Universidad Autónoma de Númenor: UAN

diciembre 18, 2009

Lestandor - V: la Mitad del Mundo

En la cima de la Alta Fortaleza de Kwito no se distinguía el ruido de los coches. En una altura así, el silencio era dueño y señor, a excepción de los trinos de los pajarillos que conseguían llegar hasta allí, del vuelo de los abejorros que revoloteaban por entre los turistas, y del creciente ruido de los pasos que, ominosos, ascendían por la escalinata para llegar, irremisiblemente, al lugar donde el Doctor Eleder y Celebriel aguardaban, atrapados.

-Ésta sí que es buena –criticaba Eleder a Celebriel-; ¿no podías haber hablado con esos contactos tuyos por palanmóvil, en vez de traernos a esta ratonera?
-¡Vaya! –replicó ella airada- ¡Tenía que haberte dejado en el Tópatanwen! ¡Así aprenderías a...!
-¡Estaría mejor con esa gente que aquí, acorralado por esos malditos extremistas del FEUE!

Y mientras discutían, los pasos se oían cada vez más cerca. Eleder, buscando un milagro, oteó por entre las ventanitas de la torre, para ver si distinguía alguna polilla promisoria, pero en vano. Finalmente, con un chirrido, la puerta se abrió y una fuerte y serena voz proclamó:

-Buenas tardes tengan ustedes, doctor Eleder, señorita… Ya pueden bajar; está todo en orden. Disculpen las molestias.

La perplejidad de Eleder y Celebriel era patente. El recién llegado, dándose cuenta, se quitó la gorra y saludó: -Oh, discúlpenme… Me llamo Melvin Lámatyáve; me han enviado aquí para conducirles fuera de la Fortaleza y ponerles en camino a su destino. ¿Me acompañan, por favor?

Y, con un gesto galante, les invitó a bajar tras él. Eleder no salía de su asombro. ¿Quién podía estar intentando ayudarle de esa forma? Durante la bajada intentó sonsacar algo a su sorpresivo colaborador, pero en vano.

Cuando llegaron nuevamente a la calle, Celebriel tuvo que acallar un grito de sorpresa, mientras que Eleder suspiraba. Las aceras estaban cubiertas de cuerpos caídos, con evidentes señales de lucha, vigilados por otros uniformados como Lámatyáve. Éste condujo al Catedrático y a su ayudante por entre los cuerpos, sonriendo y quitándole importancia: “Bueno, estos revoltosos… pero no pueden hacer nada mientras estemos por aquí… Usted siga con su misión, Doctor”; y finalmente subió a ambos a un taxi, encaminándoles al Nórendë, la Mitad del Mundo.

Cuando el taxi ya estaba lejos, Eleder estalló:

-¡Estoy harto! ¿Qué es todo esto? ¿Por qué hay gente que nos ayuda sin decirnos siquiera quiénes son? ¿Qué es lo que está pasando aquí, eh?
-Bueno, Eleder, calma –le tranquilizó Celebriel-. Al fin y al cabo están ayudándonos… y de no ser por ellos, no sé lo que nos habría pasado. Relájate y disfruta del viaje.

Tras un rato de travesía, y el pago de varios peajes, los viajeros llegaron por fin a su destino. Nórendë era una auténtica ciudad comercial y turística, erigida alrededor de una bola redonda rodeada de múltiples establecimientos, atracciones y puntos de información. Celebriel señaló hacia el centro.

-Esa bola es el famoso Entil, el punto exacto que marca la verdadera mitad del mundo. Es una atracción para gente que viene de toda Arda, dejan aquí sus númenóres y se van, encantados. Es curioso que algo tan pequeño atraiga tanto la atención de tanta gente… y eso que no saben que… bueno…

Eleder enarcó las cejas y miró inquisitivamente a Celebriel. Ésta, ruborizada, bajó los ojos y continuó:

-Bueno… En realidad, hay una leyenda entre los antiguos habitantes de Lestandor… Se dice que el Entil tiene un extraño poder. Quien es consciente de él, puede conseguir, sólo con tocarlo, ser trasladado a cualquier punto de Arda que lo desee. Dicen que tiene que ver con las polaridades magnéticas de la tierra, y el hecho de que todos los ejes de ella pasen por aquí, y… ejem… otros dicen que es magia.

Eleder movió la cabeza, aunque había aprendido a no desechar tan rápido las supersticiones. –Bueno –dijo-, en todo caso, aquí tenemos una misión que cumplir. ¿Dónde hemos quedado con el profesor Cavada?

-Justo ahí enfrente, en la taberna “El Galápago Cabeza abajo”. Vamos –y dirigió al Doctor con paso firme.

Allí, efectivamente, había una taberna tan inequívocamente étnica, que cumplía tan a la perfección con todo lo que uno esperaría de un lugar autóctono, tan auténtica, que sólo podía ser una recreación para turistas. Y en un banco, tomando un refresco, se encontraba acodado en la barra una persona tan inequívocamente filosófica, que cumplía tan a la perfección con lo que uno esperaría ver de un filósofo (pelo largo y canoso, barba sin arreglar, ropa desastrada, mirada perdida), que sólo podía ser…

-…¿Una trampa? –musitó Eleder.
-No lo sé –respondió Celebriel en voz igualmente baja-. Pero sólo tenemos una forma de averiguarlo…

Y, carraspeando levemente, y adoptando su pose más seductora, llamó dulcemente:

-Disculpe usted, señor… ¿Profesor Cavada, por casualidad?

Y el aludido, al oir su nombre, vio a la pareja que le miraba, se levantó, con los ojos muy abiertos, y, repleto de emoción, pasó por el lado de Celebriel y se abalanzó hacia Eleder, diciendo:

-¡¡Estimadísimo Doctor Eleder!! ¡Esto es un verdadero honor para mí! ¡Que todo un Catedrático de la Antigua Sabiduría Élfica venga hasta aquí para conocer mis trabajos… y precisamente usted…! ¡No sabe lo que me alegro!

Eleder le saludó con cierto embarazo, mientras pensaba “No ha dirigido una sola mirada a Celebriel… No queda ninguna duda, es un filósofo”.

Comenzaron a charlar animadamente, hasta que por fin Eleder decidió confesar el motivo de su viaje:

-En realidad, profesor, hemos venido aquí por una razón… No sabemos si es usted consciente del peligro que entrañan sus investigaciones. Pese a toda su buena voluntad, está usted poniendo en riesgo a toda Eä. Por ello, nos gustaría pedirle, y estamos seguros de que lo entenderá… que interrumpa sus investigaciones.

El profesor miró a Eleder. Parpadeó, y comenzó a respirar agitadamente. –Usted… -dijo, entrecortado- ¿Me están diciendo que renuncie a mis investigaciones? ¿Qué abandone mi trabajo? ¿Qué silencie mis descubrimientos?

-Bueno, yo… -intentó aclarar Eleder, no pudiendo continuar por un gesto repentino del profesor, que, poniéndose en pie, le gritó indignado:

-¡Creía que ustedes valoraban mi trabajo! ¡Creía que su Universidad era un verdadero Templo del Saber, donde cualquier investigación era valorada! ¡Y pretenden ustedes silenciarme a mí, vienen a donde un académico que no tiene nada que ver con ustedes a obligarle a callar! ¡Pues no lo conseguirán, señores, no, en absoluto! ¡Y olvídense de mí! ¡No volverán a encontrarme!

-Eeeehm, espere, nosotros en realidad… ¡Oiga! –pero Cavada salió a toda velocidad de la taberna, y cuando Eleder y Celebriel quisieron salir en su busca, ya no quedaba ni rastro de él; se había volatilizado como pastelito a la puerta de un smial.

Eleder no reprimió un quejido de disgusto. -¡Bueno! –se lamentó- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Volvemos a empezar?

Y Celebriel, que miraba hacia la puerta de acceso a _Nórendë_, le señaló una turba que estaba accediendo al recinto y acercándose, a toda velocidad, precisamente hacia ellos, vociferando consignas y con intenciones nada amistosas. Eleder los vio, suspiró y musitó: -Efectivamente… volvemos a empezar…

(Continúa)