Lestandor - VII: el Final de la Búsqueda
Junto a la balconada vio a su colaboradora Celebriel; moviendo la cabeza, admirado, se dirigió hacia ella, gritándole:
-¡Celebriel! ¡Celebriel! ¡Lo hemos conseguido! Estamos en… ¿pero dónde estamos? –dijo de pronto, al darse cuenta de que aquel paraje podía ser muchas cosas, pero la de “valle” no era una de ellas.
Celebriel le hizo señas para que se fijara en un cartel que señalaba un camino que, serpenteante, descendía por una quebrada. El cartel, con una flecha señalando hacia abajo, decía “BIENVENIDO AL VALLE SECRETO. LUGAR DE IMPORTANCIA TURÍSTICA DE LESTANDOR”.
-Ehm, ¡bueno! Al menos estamos ya aquí… ¿y ese balcón?
-Es –dijo Celebriel, pensativa- el mirador que permite contemplar el Valle. Acércate.
Eleder lo hizo, y lo que contempló no le tranquilizó demasiado. El sendero bajaba y bajaba, y se perdía finalmente en un mar de nieblas. Era posible que bajo esa niebla se ocultase realmente un Valle Secreto, pero había que tener mucha fe para creerlo (al menos mucha fe en el letrero). Celebriel, tomando un bastón estratégicamente olvidado allí, hizo una seña a Eleder y le dijo –Bien, bajemos. Con toda probabilidad encontraremos allí al profesor Cavada, y podremos dar fin a nuestra misión.
De manera que bajaron y bajaron. Si tuviéramos que contar todas las aventuras que les acaecieron durante la bajada, no bastarían otras ocho entradas del Bloc para narrarlas. Pero lo esencial es que atravesaron el Mar de Nieblas, y una vez abajo, todo cambió. El sol comenzó a lucir -¡por primera vez en todo el viaje!-, y comenzaron a divisarse una casa aquí, otra más allá, y un camino blanco que seguía bajando y se perdía entre huertas, arboledas frutales y, desperdigadas, máquinas expendedoras de OrcoCola. Se parecía más a la Comarca que a Gondolin, la verdad, pero una cosa era clara: estaban por fin en el Valle Secreto.
Varios habitantes salieron a su encuentro, sorprendidos de ver personas de sangre élfica por allí. Celebriel explicó a Eleder que prácticamente nunca bajaba nadie al Valle. Eleder se sorprendió: ¿no había acaso un Gran Letrero que animaba a todos los turistas a bajar? Y Celebriel le aclaró que no era ése el caso; el letrero sólo indicaba lo que había por ahí abajo muy lejos, y que los turistas podían intuir emocionada pero confortablemente desde el mirador.
De hecho, uno de los habitantes, sorprendido, trabó conversación con ellos en estos mismos términos:
-Pues sif, la verdad es que usted es el únicof de su raza en bajar por aquí… a excepción del Viejo Loco, clarof…
-¡¿Cómo?! –respondió Eleder, alterado- ¿Está por aquí? ¿Pueden guiarnos a él?
-Eeehm, vayaf –carraspeó el indígena, bastante azorado-, ¿así que conocen ustedes al Sabio Excéntrico de Más Allá del Marf? Sí, su cabaña es ésaf, le encontrarán seguro, porque le vi pasar hace cosa de un ratof…
El lazo se estrechaba. Celebriel se quedó esta vez guardando la salida (esperando no tener necesidad de hacer uso del bastón, aunque nunca se sabe con los Sabios Excéntricos), mientras Eleder se acercaba a la puerta de la cabaña. En su acercamiento creyó distinguir un ligero movimiento dentro, y de pronto, la puerta se abrió y el profesor Cavada intentó abrirse paso como una exhalación por la línea geométrica más directa entre los puntos que marcaban los obstáculos de sus dos perseguidores, tomando en cuenta también la inclinación del camino, la apertura de la puerta y la inercia experimentada por su salida de la casa. Lamentablemente, esa línea le llevó a chocar de frente con el Doctor Eleder.
Según se levantaban, Eleder le agarró del brazo: -¡Profesor! ¡Basta ya! ¡Usted no tiene que huir de nosotros! Tenemos…
-¿Cómo que no? –replicó, airado, el filósofo- ¡Quieren apartarme de mi trabajo, de todo lo que da sentido a mi vida! Ustedes…
-¡¡¡Déjeme terminar!!! –le espetó el Catedrático- Es verdad que queríamos pedirle que lo abandonara, pero si no lo desea, tenemos una segunda oferta… ¡Véngase a Nueva Númenor! ¡Continúe sus investigaciones en nuestra Universidad, como Profesor Honorífico, con todos los gastos pagados –Celebriel soltó una risita al oir esto, pero Eleder prefirió no darse por enterado- Será usted uno de nuestros profesores más célebres, podrá disponer de todos nuestros recursos… y lo único que le pediremos a cambio es que mantenga su trabajo en el plano teórico, no realizando ninguna comprobación empírica del mismo. A cambio de eso…
La faz del profesor cambió de pronto. Su ira desapareció, dando paso a una expresión de perplejidad –“vaya, ya no soy el único perplejo en esta historia”, pensó Eleder- que le hizo guardar silencio unos segundos, y luego, pasar a decir:
-Pero… trabajar en la UAN… ¿Me está usted ofreciendo eso? Ser un colega de los más ilustres Catedráticos… Amandil, Retuerce, Uzzi Tuzzi… contar con los recursos de la gran Universidad Autónoma de Númenor… ¿Me está ofreciendo eso?
-Efectivamente –asintió Eleder, con toda seriedad-. A cambio, ya sabe, de que no realice ningún experimento práctico de sus teorías…
-Pero… -repitió el profesor, a quien su perplejidad no parecía permitirle pensar muchos más inicios de frase- ¡¡Desde luego!! ¡Eso no es ningún problema! ¡Claro que acepto! Y ¿por qué no me dijeron esto mucho antes? Con un simple palanfax habría bastado…
Las carcajadas de Celebriel no empañaron el momento. ¡Lo habían logrado! De manera que comenzaron todos el arduo camino que era la única salida del Valle Secreto. Eleder, mientras tanto, le contó al profesor cómo habían logrado dar con él:
-Oh, así que usaron el Entil… muy ingenioso, efectivamente. Lo estudié bastante, hace tiempo. Es un fenómeno la mar de peculiar…
-¿Verdad que sí? –asintió Eleder, sonriendo- Simplemente pensar en un sitio y aparecer inmediatamente allí, sin más efectos secundarios…
-Bueno… -replicó él- En realidad no funciona exactamente así…
-¿Cómo? –se alarmó Eleder, mirándole fijamente.
-No, bueno, lo que realmente hace el Entil… Supongo que no se fijarían, nadie lo hace… Es crear un… llamémosle, un “puente” entre ese punto y el punto del destino. Si lo cruzaron esa chica y usted, queda abierta esa especie de “puente” hasta que otras dos personas lo crucen en sentido contrario… Aún más útil, ¿verdad? Y, por cierto… ¿dónde está esa chica?
Eleder se dio cuenta de que, efectivamente, hacía tiempo que no veía a Celebriel. Se había adelantado un poco para inspeccionar el camino, pero definitivamente la habían perdido de vista. Bueno, pensó, les estaría esperando arriba del todo, no hay problema…
Finalmente llegaron al mirador; y allí, aguardándoles… había una veintena de personas uniformadas, controlando todas las salidas de la zona, y rodeándoles a ellos.
-¡Vaya, ustedes de nuevo! –se alegró Eleder- Han venido a escoltarnos, ¿verdad? Pues nada, cuando quieran podemos salir, el profesor Cavada ya ha aceptado… -pero su discurso se vio interrumpido por el desbloqueo del seguro de una veintena de armas, que pasaron a aparecer de pronto en manos de los uniformados, orientadas hacia Eleder y Cavada. Eleder tragó saliva, y continuó: -Ehm… chicos, estoy seguro de que esto no es necesario…
-Entréguenos al profesor, Eleder –le dijo uno de los ya no tan benévolos guardianes.
Eleder se indignó: -¿De manera que… ustedes en realidad no estaban protegiéndome? ¿Me estaban siguiendo para…?
-¡Claro que le protegíamos! ¡No sea tonto, querido doctor! –y, de entre los uniformes, apareció de pronto una figura que hizo dar un respingo al Catedrático:
-¡¡Señor Lolquendë!! ¿Pero cómo… usted…?
-Pues claro que yo, querido doctor… -rió el ejecutivo, ufano- ¿Y qué se creía? Veo al insigne Doctor Eleder tan lejos de su Universidad, obviamente en una misión secreta –por cierto, esa tontería de la “Mecánica Q-Éntica”… podía haber tenido una excusa más preparada, la verdad…-, y comienzo a preguntar, como es natural. Descubro el verdadero motivo de su viaje, y me pregunto, ¿cuánto podrían pagar los gobiernos de toda Arda, incluyendo el de Ciudad Gondor, por evitar que alguien use ese Desmaculador? ¡Es el mejor chantaje jamás ideado! Así que para mí fue un juego de niños contratar a un grupo de personas para que le protegieran –de lo contrario, es usted tan estúpido que esos extremistas le habrían matado el primer día- y así asegurarme de que encontraba a Cavada… ¡y lo ponía en mis manos! Ahora, si no le importa…
Cavada escuchaba, estupefacto, y hacía gestos como de querer decir algo, cuando Eleder se colocó entre él y Lolquendë, gritando -¡¡Nunca!! ¡No les permitiré que utilicen la ciencia como un arma! ¡Es lo peor que… es… ehm… ¡¡no lo conseguirán!!!
-¿Y cómo pretende impedírmelo, querido doctor?
Eleder parpadeó, y de pronto exclamó: -¡¡No han terminado con nosotros! ¡Celebriel sigue por ahí fuera, y ella nos…! –cuando de pronto, uno de los uniformados se hizo a un lado, dejando ver la esbelta figura de Celebriel, que, apoyada graciosamente en su bastón y masticando una hierbecilla, observaba la escena con una media sonrisa.
-Desde luego, Eleder –dijo ella, ante la atónita mirada de Eleder-, yo fui la primera persona a la que nuestro sagaz ejecutivo contrató… ¿Cómo si no iban a haber podido seguirte tan rápido? Pero bueno, nuestra búsqueda terminó; gracias por hacerla tan interesante. Ahora…
-¡¡No… no puede ser!! –contestó Eleder, en tono entrecortado- Nos conocemos desde hace tanto… ¿Cómo has podido hacerme esto?
-Pero –respondió ella, alzando una ceja- ¿cómo te sorprendes? El quenya no da dinero… y el negocio es el negocio… Además, nadie te ha hecho daño ni te lo va a hacer, si estás tranquilito…
Cavada, mientras tanto, hacía señas al Doctor Eleder. Éste, desesperado, miró de reojo finalmente al sitio que el profesor le señalaba: una tenue y vaga ondulación, casi imperceptible para cualquiera que no supiera lo que buscar, se hallaba a unos pocos pasos de ambos. ¡El extremo abierto del puente del Entil! Eleder esperó ardientemente que nadie más se hubiera dado cuenta…
-¡Pero espera! ¿Para qué me necesitabas a mí? ¿Por qué no fuiste tú directamente al Valle para capturarlo?
-¿Capturarlo? –Celebriel enarcó las cejas- ¿Y cómo lo habría sacado de su escondite, sin el cebo de alguien a quien respetara tanto como tú? Vosotros los catedráticos sois todos iguales, sólo hacéis caso de la adulación de vuestros colegas…
Eleder, mientras tanto, iba dando imperceptibles pasos hacia la aún casi inapreciable abertura; y cuando ya se hallaban sólo a un salto, Celebriel extendió su brazo hacia ellos y dijo:
-Bueno, el viaje terminó, y el profesor está aquí. Es hora de llevárnoslo a…
Y Eleder le interrumpió: -Perdón… ¡¡¡de llevármelo!!! -Y, arrastrando a Cavada con él, dio un salto, y se desvaneció en el puente creado por el Entil… apareciendo , de forma instantánea, de nuevo en la cantera, sobre la marca roja que les había llevado hasta allí.
-¡¡¡Nos hemos salvado!!! –gritó Eleder, con alegría- ¡Era cierto!
-Bueno, claro que era cierto –respondió Cavada-; lo que no entiendo es…
-Espere, profesor, antes que nada… ¿No pueden venir a por nosotros a través del Entil? Y ¿nosotros podemos volver a utilizarlo?
-Claro que no pueden venir a por nosotros, ¿es que no me escuchó usted? ¡Le dije que el puente se cerraba si pasaban por él el mismo número de personas que a la ida! Y volver a utilizarlo, desde luego que sí, esto no es un artilugio cualquiera que se descargue y haya que volver a cargarlo… La verdad, creía que una mente como la suya entendería mejor algo tan sencillo como el manejo de los doblamientos espacio-temporales de Arda…
Y, mientras Cavada seguía con su explicación, Eleder suspiró –esta vez sí por última vez-, puso su mano en la marca roja y gritó: “NUEVA NÚMENOR… Cafetería de la Universidad, por favor!!!”
Y en el instante en que el cuerpo de ambos se desvanecía, Eleder no pudo dejar de pensar: “Pues tenía razón el profesor Amandil… Había formas mucho más fáciles de viajar que el dirigible…”
(Conclusión)
2 Comentarios:
Vaya, interesante hasta el final. Enhorabuena por haber concluido con éxito la misión, a pesar de todos los, ehm, inconvenientes.
¡Muy bueno, muy bueno, muy bueno! Me ha gustado mucho.
¿Para cuando la película?
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