h Malinorne: diciembre 2009

Malinorne

Bloc cordelero del Dr Eleder, profesor de la Universidad Autónoma de Númenor: UAN

diciembre 21, 2009

Lestandor - Conclusión

-De manera que así fue como terminó todo –explicaba el Doctor Eleder a su compañera, la señorita N’Dyé, Catedrática de Historia del Harad, mientras degustaban una muy merecida OrcoCola caminando tranquilamente por uno de los pasillos del inmenso campus de la UAN –En conjunto fue una aventura peligrosa, y gustosamente me habría ahorrado muchas de las partes, pero, en general, la verdad es que fue muy interesante…

-Eso parece, sí –respondió ella, asintiendo-; y ese tal profesor Cavada, ¿de manera que está por aquí?

-Sí, se instaló sin problemas y… ¡Vaya! ¡Qué coincidencia (como decimos en la Tierra Media)! ¡Precisamente por aquí viene!

En efecto, la desgarbada figura del profesor Oiolossë Cavada atravesaba en ese momento el mismo pasillo, y se detuvo junto a los dos colegas.

-¡Querido Doctor Eleder! ¡Qué gusto encontrarle!

-¡Hola, profesor! Permítame presentarle a la señorita N’Dyé… ¿Va todo bien, entonces? ¿Ningún problema?

-Todo va estupendamente, muchísimas gracias…Estoy encantado con los recursos de que dispone su Biblioteca; el señor Adanost es especialmente amable, de hecho se alegró mucho cuando le comenté lo que necesitaba para mis investigaciones, y dijo que usted estaría encantado de conocerlas más en detalle… En resumen, no sabe lo que le agradezco su oferta; estoy avanzando muchísimo.

-Me alegra mucho oírlo, profesor –respondió Eleder, sonriendo-; pero recuerde, nada de aplicaciones prácticas, ¿de acuerdo?

-Eh… -Cavada parecía algo extrañado- Sí, precisamente de eso quería hablarle… No termino de entender… ¿A qué aplicaciones prácticas se refiere usted? ¿Cree que es posible aplicar empíricamente unas investigaciones sobre la interpretación de la Ainulindalë en lo referente a la creación de las razas de Arda? Desde luego, tiene su cierto interés religioso, pero…

Eleder se quedó con los ojos abiertos –Pero… ¿De qué Balrogs está hablando? –inquirió bruscamente- ¡Me refiero al Desmaculador!

Cavada, de pronto, pareció entender algo. -¡Aaaah! ¡De manera que se referían a eso! Ahora entiendo las palabras de aquél rudo señor en el Valle Secreto… Dejé de trabajar en el tema de la Mácula hace ya meses; ¿no lo sabía? Decidí que eran unas investigaciones absurdas; el Plan de Eru nunca podría permitir algo así como un Desmaculador; si la Mácula está impregnada en toda la creación, es imposible usar una parte de ella para Desmacularla… Cuando me di cuenta, me pareció obvio. Por eso me sumergí en el tema de la génesis zoológica y su interpretación en los Textos Clásicos, me pareció un tema infinitamente más interesante… Eh… ¿se encuentra usted bien, Doctor? Parece como si…

-Sí… eh… no se preocupe… Todo bien… -dijo Eleder entrecortadamente, mientras N’Dyé le sujetaba para evitar que se desplomara, y le daba aire con su abanico sureño- Pues nada… Que le vaya muy bien con su investigación… Cualquier cosa… ya sabe…

Y mientras el profesor se alejaba por el pasillo, Eleder estalló en improperios:

-¡Todo esto para nada! ¡Todo el sufrimiento, y resulta que al final nada de todo esto tenía sentido! ¡Se va a enterar el Catedrático de Maculología! ¡Esta vez verá cómo…!

-¡Pero Eleder, calma! –intentó tranquilizarle N’Dyè- De todos modos, tú mismo has dicho que fue una experiencia interesante, ¿verdad?

-Bueno, sí, es cierto –se tranquilizó Eleder-; en cualquier caso, lo que tengo claro es… ¡¡que no volveré a salir de esta isla en muchísimo tiempo! ¡Ni me alejaré dos manzanas siquiera de la avenida Armenelos! ¡Ya tengo viajes suficientes para muchísimo tiempo!

-Vaya, Doctor, ¡me alegra oir eso! –se oyó de pronto una vez que provenía de una figura que, con andares pesados, avanzaba hacia ellos con la seguridad en sí mismo que sólo un Rector puede tener- Pues, si se va a quedar aquí las próximas semanas, ¿podrá ayudar entonces en la preparación de los Festejos de Yule de este año? Precisamente necesitaba a alguien que… ¿Y en los Ciclos de Conferencias Invernales de la Universidad? Ah, y quizás pueda echarnos un cable también con la recepción del embajador de Ciudad Gondor, que llegará dentro de pocos días…

Y Eleder, presa del nerviosismo, agarró del brazo a N’Dyé, diciéndole –Eeeehm, pues, señorita, le agradezco muchísimo esa invitación a visitar a sus familiares… Señor Rector, de verdad, no sabe cuánto lo siento… Harad tiene que estar precioso en esta época del año, ¿verdad? ¿Y cuándo dice que sale el próximo dirigible…? Y además, seguro que allí no llueve…

FIN

Lestandor - VII: el Final de la Búsqueda

En un solo instante, el paisaje alrededor del Doctor Eleder cambió por completo. Si hacía un segundo se encontraba encorvado sobre la Verdadera y Exacta Mitad del Mundo, entre el fango de una cantera y rodeado de piedras sueltas, ahora estaba en un precioso paisaje montañoso, en una pequeña construcción abalconada, y con frondosos árboles por todos lados. Seguía lloviendo, eso sí.

Junto a la balconada vio a su colaboradora Celebriel; moviendo la cabeza, admirado, se dirigió hacia ella, gritándole:

-¡Celebriel! ¡Celebriel! ¡Lo hemos conseguido! Estamos en… ¿pero dónde estamos? –dijo de pronto, al darse cuenta de que aquel paraje podía ser muchas cosas, pero la de “valle” no era una de ellas.

Celebriel le hizo señas para que se fijara en un cartel que señalaba un camino que, serpenteante, descendía por una quebrada. El cartel, con una flecha señalando hacia abajo, decía “BIENVENIDO AL VALLE SECRETO. LUGAR DE IMPORTANCIA TURÍSTICA DE LESTANDOR”.

-Ehm, ¡bueno! Al menos estamos ya aquí… ¿y ese balcón?

-Es –dijo Celebriel, pensativa- el mirador que permite contemplar el Valle. Acércate.

Eleder lo hizo, y lo que contempló no le tranquilizó demasiado. El sendero bajaba y bajaba, y se perdía finalmente en un mar de nieblas. Era posible que bajo esa niebla se ocultase realmente un Valle Secreto, pero había que tener mucha fe para creerlo (al menos mucha fe en el letrero). Celebriel, tomando un bastón estratégicamente olvidado allí, hizo una seña a Eleder y le dijo –Bien, bajemos. Con toda probabilidad encontraremos allí al profesor Cavada, y podremos dar fin a nuestra misión.

De manera que bajaron y bajaron. Si tuviéramos que contar todas las aventuras que les acaecieron durante la bajada, no bastarían otras ocho entradas del Bloc para narrarlas. Pero lo esencial es que atravesaron el Mar de Nieblas, y una vez abajo, todo cambió. El sol comenzó a lucir -¡por primera vez en todo el viaje!-, y comenzaron a divisarse una casa aquí, otra más allá, y un camino blanco que seguía bajando y se perdía entre huertas, arboledas frutales y, desperdigadas, máquinas expendedoras de OrcoCola. Se parecía más a la Comarca que a Gondolin, la verdad, pero una cosa era clara: estaban por fin en el Valle Secreto.

Varios habitantes salieron a su encuentro, sorprendidos de ver personas de sangre élfica por allí. Celebriel explicó a Eleder que prácticamente nunca bajaba nadie al Valle. Eleder se sorprendió: ¿no había acaso un Gran Letrero que animaba a todos los turistas a bajar? Y Celebriel le aclaró que no era ése el caso; el letrero sólo indicaba lo que había por ahí abajo muy lejos, y que los turistas podían intuir emocionada pero confortablemente desde el mirador.

De hecho, uno de los habitantes, sorprendido, trabó conversación con ellos en estos mismos términos:

-Pues sif, la verdad es que usted es el únicof de su raza en bajar por aquí… a excepción del Viejo Loco, clarof…

-¡¿Cómo?! –respondió Eleder, alterado- ¿Está por aquí? ¿Pueden guiarnos a él?

-Eeehm, vayaf –carraspeó el indígena, bastante azorado-, ¿así que conocen ustedes al Sabio Excéntrico de Más Allá del Marf? Sí, su cabaña es ésaf, le encontrarán seguro, porque le vi pasar hace cosa de un ratof…

El lazo se estrechaba. Celebriel se quedó esta vez guardando la salida (esperando no tener necesidad de hacer uso del bastón, aunque nunca se sabe con los Sabios Excéntricos), mientras Eleder se acercaba a la puerta de la cabaña. En su acercamiento creyó distinguir un ligero movimiento dentro, y de pronto, la puerta se abrió y el profesor Cavada intentó abrirse paso como una exhalación por la línea geométrica más directa entre los puntos que marcaban los obstáculos de sus dos perseguidores, tomando en cuenta también la inclinación del camino, la apertura de la puerta y la inercia experimentada por su salida de la casa. Lamentablemente, esa línea le llevó a chocar de frente con el Doctor Eleder.

Según se levantaban, Eleder le agarró del brazo: -¡Profesor! ¡Basta ya! ¡Usted no tiene que huir de nosotros! Tenemos…
-¿Cómo que no? –replicó, airado, el filósofo- ¡Quieren apartarme de mi trabajo, de todo lo que da sentido a mi vida! Ustedes…
-¡¡¡Déjeme terminar!!! –le espetó el Catedrático- Es verdad que queríamos pedirle que lo abandonara, pero si no lo desea, tenemos una segunda oferta… ¡Véngase a Nueva Númenor! ¡Continúe sus investigaciones en nuestra Universidad, como Profesor Honorífico, con todos los gastos pagados –Celebriel soltó una risita al oir esto, pero Eleder prefirió no darse por enterado- Será usted uno de nuestros profesores más célebres, podrá disponer de todos nuestros recursos… y lo único que le pediremos a cambio es que mantenga su trabajo en el plano teórico, no realizando ninguna comprobación empírica del mismo. A cambio de eso…

La faz del profesor cambió de pronto. Su ira desapareció, dando paso a una expresión de perplejidad –“vaya, ya no soy el único perplejo en esta historia”, pensó Eleder- que le hizo guardar silencio unos segundos, y luego, pasar a decir:

-Pero… trabajar en la UAN… ¿Me está usted ofreciendo eso? Ser un colega de los más ilustres Catedráticos… Amandil, Retuerce, Uzzi Tuzzi… contar con los recursos de la gran Universidad Autónoma de Númenor… ¿Me está ofreciendo eso?

-Efectivamente –asintió Eleder, con toda seriedad-. A cambio, ya sabe, de que no realice ningún experimento práctico de sus teorías…

-Pero… -repitió el profesor, a quien su perplejidad no parecía permitirle pensar muchos más inicios de frase- ¡¡Desde luego!! ¡Eso no es ningún problema! ¡Claro que acepto! Y ¿por qué no me dijeron esto mucho antes? Con un simple palanfax habría bastado…

Las carcajadas de Celebriel no empañaron el momento. ¡Lo habían logrado! De manera que comenzaron todos el arduo camino que era la única salida del Valle Secreto. Eleder, mientras tanto, le contó al profesor cómo habían logrado dar con él:

-Oh, así que usaron el Entil… muy ingenioso, efectivamente. Lo estudié bastante, hace tiempo. Es un fenómeno la mar de peculiar…
-¿Verdad que sí? –asintió Eleder, sonriendo- Simplemente pensar en un sitio y aparecer inmediatamente allí, sin más efectos secundarios…
-Bueno… -replicó él- En realidad no funciona exactamente así…
-¿Cómo? –se alarmó Eleder, mirándole fijamente.
-No, bueno, lo que realmente hace el Entil… Supongo que no se fijarían, nadie lo hace… Es crear un… llamémosle, un “puente” entre ese punto y el punto del destino. Si lo cruzaron esa chica y usted, queda abierta esa especie de “puente” hasta que otras dos personas lo crucen en sentido contrario… Aún más útil, ¿verdad? Y, por cierto… ¿dónde está esa chica?

Eleder se dio cuenta de que, efectivamente, hacía tiempo que no veía a Celebriel. Se había adelantado un poco para inspeccionar el camino, pero definitivamente la habían perdido de vista. Bueno, pensó, les estaría esperando arriba del todo, no hay problema…

Finalmente llegaron al mirador; y allí, aguardándoles… había una veintena de personas uniformadas, controlando todas las salidas de la zona, y rodeándoles a ellos.

-¡Vaya, ustedes de nuevo! –se alegró Eleder- Han venido a escoltarnos, ¿verdad? Pues nada, cuando quieran podemos salir, el profesor Cavada ya ha aceptado… -pero su discurso se vio interrumpido por el desbloqueo del seguro de una veintena de armas, que pasaron a aparecer de pronto en manos de los uniformados, orientadas hacia Eleder y Cavada. Eleder tragó saliva, y continuó: -Ehm… chicos, estoy seguro de que esto no es necesario…

-Entréguenos al profesor, Eleder –le dijo uno de los ya no tan benévolos guardianes.

Eleder se indignó: -¿De manera que… ustedes en realidad no estaban protegiéndome? ¿Me estaban siguiendo para…?

-¡Claro que le protegíamos! ¡No sea tonto, querido doctor! –y, de entre los uniformes, apareció de pronto una figura que hizo dar un respingo al Catedrático:

-¡¡Señor Lolquendë!! ¿Pero cómo… usted…?

-Pues claro que yo, querido doctor… -rió el ejecutivo, ufano- ¿Y qué se creía? Veo al insigne Doctor Eleder tan lejos de su Universidad, obviamente en una misión secreta –por cierto, esa tontería de la “Mecánica Q-Éntica”… podía haber tenido una excusa más preparada, la verdad…-, y comienzo a preguntar, como es natural. Descubro el verdadero motivo de su viaje, y me pregunto, ¿cuánto podrían pagar los gobiernos de toda Arda, incluyendo el de Ciudad Gondor, por evitar que alguien use ese Desmaculador? ¡Es el mejor chantaje jamás ideado! Así que para mí fue un juego de niños contratar a un grupo de personas para que le protegieran –de lo contrario, es usted tan estúpido que esos extremistas le habrían matado el primer día- y así asegurarme de que encontraba a Cavada… ¡y lo ponía en mis manos! Ahora, si no le importa…

Cavada escuchaba, estupefacto, y hacía gestos como de querer decir algo, cuando Eleder se colocó entre él y Lolquendë, gritando -¡¡Nunca!! ¡No les permitiré que utilicen la ciencia como un arma! ¡Es lo peor que… es… ehm… ¡¡no lo conseguirán!!!

-¿Y cómo pretende impedírmelo, querido doctor?

Eleder parpadeó, y de pronto exclamó: -¡¡No han terminado con nosotros! ¡Celebriel sigue por ahí fuera, y ella nos…! –cuando de pronto, uno de los uniformados se hizo a un lado, dejando ver la esbelta figura de Celebriel, que, apoyada graciosamente en su bastón y masticando una hierbecilla, observaba la escena con una media sonrisa.

-Desde luego, Eleder –dijo ella, ante la atónita mirada de Eleder-, yo fui la primera persona a la que nuestro sagaz ejecutivo contrató… ¿Cómo si no iban a haber podido seguirte tan rápido? Pero bueno, nuestra búsqueda terminó; gracias por hacerla tan interesante. Ahora…

-¡¡No… no puede ser!! –contestó Eleder, en tono entrecortado- Nos conocemos desde hace tanto… ¿Cómo has podido hacerme esto?

-Pero –respondió ella, alzando una ceja- ¿cómo te sorprendes? El quenya no da dinero… y el negocio es el negocio… Además, nadie te ha hecho daño ni te lo va a hacer, si estás tranquilito…

Cavada, mientras tanto, hacía señas al Doctor Eleder. Éste, desesperado, miró de reojo finalmente al sitio que el profesor le señalaba: una tenue y vaga ondulación, casi imperceptible para cualquiera que no supiera lo que buscar, se hallaba a unos pocos pasos de ambos. ¡El extremo abierto del puente del Entil! Eleder esperó ardientemente que nadie más se hubiera dado cuenta…

-¡Pero espera! ¿Para qué me necesitabas a mí? ¿Por qué no fuiste tú directamente al Valle para capturarlo?

-¿Capturarlo? –Celebriel enarcó las cejas- ¿Y cómo lo habría sacado de su escondite, sin el cebo de alguien a quien respetara tanto como tú? Vosotros los catedráticos sois todos iguales, sólo hacéis caso de la adulación de vuestros colegas…

Eleder, mientras tanto, iba dando imperceptibles pasos hacia la aún casi inapreciable abertura; y cuando ya se hallaban sólo a un salto, Celebriel extendió su brazo hacia ellos y dijo:

-Bueno, el viaje terminó, y el profesor está aquí. Es hora de llevárnoslo a…

Y Eleder le interrumpió: -Perdón… ¡¡¡de llevármelo!!! -Y, arrastrando a Cavada con él, dio un salto, y se desvaneció en el puente creado por el Entil… apareciendo , de forma instantánea, de nuevo en la cantera, sobre la marca roja que les había llevado hasta allí.

-¡¡¡Nos hemos salvado!!! –gritó Eleder, con alegría- ¡Era cierto!

-Bueno, claro que era cierto –respondió Cavada-; lo que no entiendo es…

-Espere, profesor, antes que nada… ¿No pueden venir a por nosotros a través del Entil? Y ¿nosotros podemos volver a utilizarlo?

-Claro que no pueden venir a por nosotros, ¿es que no me escuchó usted? ¡Le dije que el puente se cerraba si pasaban por él el mismo número de personas que a la ida! Y volver a utilizarlo, desde luego que sí, esto no es un artilugio cualquiera que se descargue y haya que volver a cargarlo… La verdad, creía que una mente como la suya entendería mejor algo tan sencillo como el manejo de los doblamientos espacio-temporales de Arda…

Y, mientras Cavada seguía con su explicación, Eleder suspiró –esta vez sí por última vez-, puso su mano en la marca roja y gritó: “NUEVA NÚMENOR… Cafetería de la Universidad, por favor!!!”

Y en el instante en que el cuerpo de ambos se desvanecía, Eleder no pudo dejar de pensar: “Pues tenía razón el profesor Amandil… Había formas mucho más fáciles de viajar que el dirigible…”

(Conclusión)

diciembre 19, 2009

Lestandor - VI: ¿la Mitad del Mundo?

También el tiempo atmosférico tiene cierta conciencia dramática. Por eso, en este punto culmen de la historia del Doctor Eleder en Lestandor, el clima había decidido proveer de un fondo apropiado a los acontecimientos, brindando rayos, truenos, relámpagos y demás parafernalia a las figuras de Eleder y Celebriel, y a la muchedumbre extremista que corría hacia ellos con claras intenciones de des-elederizarlos y des-celebrielizarlos.

Eleder y Celebriel se miraron. Y bastó una sola palabra para hacer que sus espíritus latieran al unísono:

-¡¡¡CORRE!!!

Y ambos echaron a correr en dirección contraria a la de sus perseguidores. El viento les azotaba inmisericordemente. Eleder acertó a atrapar un poco seguro paraguas que deambulaba por la zona, abandonado seguramente por algún turista del Harad que no había sabido cómo usarlo por falta de experiencia. Armado con él, continuó junto a Celebriel su carrera frenética hacia…

-Celebriel… arfs… por… cierto… ¿¿a dónde estamos yendo??

-¡A nuestra única esperanza! –gritó Celebriel, sin dejar de correr-. ¡Si la leyenda es cierta… si alcanzamos el Entil… si conseguimos manejarlo… ¡podremos escapar de aquí, y llegar en un instante al Valle Secreto, y allí volver a intentar encontrar al profesor!

-Ya… pero… -a Eleder le costaba obtener de sus pulmones el suficiente aliento como para hablar y jadear al mismo tiempo- …¿y si alguno de esos “si” resulta ser un “no”?

-En ese caso –respondió ella, sin mirar atrás- más que a ningún Valle… creo que a donde llegaremos instantáneamente será a unas Estancias. Así que ¡corre y calla!

Eleder aceptó su consejo. Los gritos se oían cada vez más cercanos, a pesar de que había aún un buen trecho entre sus perseguidores y ellos. El paraguas resultaba ser cada vez más inútil, pero nunca se sabía si no podría usarse en algún momento como arma arrojadiza… y así llegamos al momento con que comenzábamos esta historia: con el Doctor Eleder intentando protegerse con un débil paraguas de las acometidas de los elementos, mientras pensaba "Anar reina eternamente, sí... ¡ja!", y afanándose por conseguir hollar el Punto Medio, el Entil, la única esperanza que le quedaba para poder... y ahora ustedes ya se encuentran situados, ¿verdad? Podemos continuar, pues.

Como continuaban Eleder y Celebriel en una interminable ascensión por la pequeña colina hacia la bola que marcaba el Punto Medio Exacto de Arda… que cada vez estaba más cerca. Celebriel intentó dar instrucciones al Catedrático:

-Cuando… lleguemos allí… simplemente tócalo con una mano… piensa fuertemente en el lugar al que quieres dirigirte… y así sabremos si… Por aquí, ya casi estamos… ¡¡Ya!! ¡¡Rápido, Eleder, mira, está ahí mismo!! ¿Lo ves, esa cosa redonda justo delante de ti, rápido, intenta… ¡¡¡No, Eleder, malditancia, eso es una papelera!!! ¡¡La bola grande que está ahí delante!! ¡¡Rápido!!

Y Eleder, tras ese primer intento infructuoso, sacando fuerzas de flaqueza, consiguió situar finalmente la Bola, dando una última galopada se colocó frente a ella, extendió una mano, la tocó, se concentró…

…y una luz blanca le iluminó de pronto, mientras un horrísono ruido retumbaba a su alrededor. Y cuando hubo terminado, el Doctor Eleder estaba…

…exactamente en el mismo sitio que antes, sólo que ahora llovía más fuerte.

Celebriel le miraba angustiada. Llegó también a la gran bola, la tocó… pero el resultado fue el mismo (en lo tocante a traslaciones espaciales; otro relámpago habría sido demasiado).

-Bien… pues nada… ¿Vamos preparando nuestro saludo a Mand… ¡¡eh!! ¿¿Qué haces?? –gritó Eleder a Celebriel, que comenzó a tirarle de un brazo para obligarle a seguir corriendo.

-¡¡Sigue corriendo!! –ratificó- ¡Todavía tenemos una última posibilidad… ahora te lo explico… pero debemos escondernos! –Y mientras decía esto, encontró un pequeño parque, arrojó al Doctor bajo unos arbustos, y se precipitó ella también a su lado. Eleder la interrogó con la mirada (dado que era la única forma que tenía de interrogar mientras sus pulmones no se hubieran recuperado un poco), y ella suspiró, y, tomando aire, le explicó:

-La leyenda del Entil... bien, dicen que era cierta. Pero también… decían otra cosa… -y, resollando, continuó- Cuando un grupo de geógrafos gondorianos llegó aquí, en la Octava Edad, para marcar el punto exacto donde confluían todos los ejes de Arda, lo encontró, y…

-Ya… -confirmó Eleder- …y crearon este monumento a su alrededor, que…

-No… -cortó ella- Y descubrieron que el Verdadero Punto Medio Exacto estaba en una cantera, propiedad de un importante empresario del país. Por eso llegaron a un acuerdo con los propietarios, marcaron allí con una marquita roja pequeña el punto exacto, y luego decidieron que éste de aquí era el Verdadero Punto Aproximadamente Medio Más Conveniente Y Apropiado. De manera que…

Eleder resopló –De manera que tenemos que correr hacia esa cantera, y volver a probar suerte… Y si esta vez funciona, encontrar al Profesor y llevárnoslo... LLEVÁRMELO, si, ya lo he entendido!!! ¿Es eso? –Mientras tanto, los rufianes estaban ya inspeccionando toda la zona. Algunos de ellos intentaban incluso dar media vuelta a la Bola, sufriendo en el proceso un importante riesgo de aplastamiento, y atrayendo las iras de varios dependientes de tiendas de la zona, que, airados, se atrevieron a desafiar la tormenta para impedir ese sacrilegio para su economía.

Este altercado atrajo la atención de la mayoría de los asaltantes, lo que no pasó desapercibido para Eleder y Celebriel, que, reuniendo las definitivamente últimas fuerzas que aún quedaban en su flaqueza, dijeron en voz baja “A la de minë... a la de atta... ¡¡¡a la de neldë!!!”, y saltaron de su escondrijo, dirigiéndose a toda velocidad hacia la cantera de la que Celebriel había hablado.

Este movimiento despistó por un momento a los perseguidores, que, no obstante, reanudaron rápidamente su caza (excepto los que habían resultado noqueados por los dependientes).

Sin embargo, esta vez el terreno era mucho más conocido para Celebriel que para ellos, por lo que lograron mantener las distancias y no despeñarse mientras tanto. Lo que no fue tarea fácil: las piedras y tierra sueltas, unidas al efecto del agua torrencial que caía, al cansancio acumulado de Eleder, y a la obvia tensión del momento, hicieron que el Catedrático estuviera a punto de lograr su jubilación anticipada antes de lo previsto en varias ocasiones.

Sin embargo, esta vez la búsqueda dio sus frutos. -¡¡¡Mira, mira, Eleder, es ahí!!! –gritó Celebriel, señalando a un punto a unos centenares de metros.

En efecto: adornado por no despreciables cantidades de basura, entre rocas caídas de la cantera, y rodeado de un barrizal infame, Eleder vio un pequeño punto rojo, que aun así podía haberle pasado desapercibido, si no fuera por el hecho de que irradiaba una extraña luz. Dado que no es natural que los puntos rojos pintados en el suelo de las canteras sean focos irradiadores de luz alguna, esta vez parecía que lo habían conseguido: éste era el verdadero Entil, el Verdadero Punto Medio, que les transportaría a su destino final.

Celebriel, con largas zancadas, se arrodilló frente a él, lo tocó con una mano… y desapareció, como si nunca hubiera sido. "¡Nos vemos en el Valle, Eleditooooo…!" oyó Eleder finalmente.

Y era su turno. Colocó su mano sobre el Entil... pero, llegado a este punto, su mente se rebeló. ¡Ya era suficiente! ¡Desde que había llegado a ese maldito país no había hecho más que ser arrastrado de un lugar para otro, sin poder descansar, sin entender nada de lo que estaba pasando! Y si realmente esa cosa podía trasladarle instantáneamente al lugar de Arda que él quisiera… ¿No había hecho ya suficiente? Y en su mente se forjó una límpida imagen de Nueva Númenor… de su apartamento en la Avenida Armenelos… de la entrañable Cafetería de la Universidad… de su aula, siempre vacía de alumnos (porque tenía el buen cuidado de no acercarse nunca por ella cuando distinguía a alguno dentro)… Descansar por fin… Sí…

Pero… no. Tenía una Misión que cumplir.

Y, suspirando de nuevo –y no por última vez- colocó su mano en el _Entil_ y gritó:

-¡¡¡Al Valle Secreto!!!

(Continúa)

diciembre 18, 2009

Lestandor - V: la Mitad del Mundo

En la cima de la Alta Fortaleza de Kwito no se distinguía el ruido de los coches. En una altura así, el silencio era dueño y señor, a excepción de los trinos de los pajarillos que conseguían llegar hasta allí, del vuelo de los abejorros que revoloteaban por entre los turistas, y del creciente ruido de los pasos que, ominosos, ascendían por la escalinata para llegar, irremisiblemente, al lugar donde el Doctor Eleder y Celebriel aguardaban, atrapados.

-Ésta sí que es buena –criticaba Eleder a Celebriel-; ¿no podías haber hablado con esos contactos tuyos por palanmóvil, en vez de traernos a esta ratonera?
-¡Vaya! –replicó ella airada- ¡Tenía que haberte dejado en el Tópatanwen! ¡Así aprenderías a...!
-¡Estaría mejor con esa gente que aquí, acorralado por esos malditos extremistas del FEUE!

Y mientras discutían, los pasos se oían cada vez más cerca. Eleder, buscando un milagro, oteó por entre las ventanitas de la torre, para ver si distinguía alguna polilla promisoria, pero en vano. Finalmente, con un chirrido, la puerta se abrió y una fuerte y serena voz proclamó:

-Buenas tardes tengan ustedes, doctor Eleder, señorita… Ya pueden bajar; está todo en orden. Disculpen las molestias.

La perplejidad de Eleder y Celebriel era patente. El recién llegado, dándose cuenta, se quitó la gorra y saludó: -Oh, discúlpenme… Me llamo Melvin Lámatyáve; me han enviado aquí para conducirles fuera de la Fortaleza y ponerles en camino a su destino. ¿Me acompañan, por favor?

Y, con un gesto galante, les invitó a bajar tras él. Eleder no salía de su asombro. ¿Quién podía estar intentando ayudarle de esa forma? Durante la bajada intentó sonsacar algo a su sorpresivo colaborador, pero en vano.

Cuando llegaron nuevamente a la calle, Celebriel tuvo que acallar un grito de sorpresa, mientras que Eleder suspiraba. Las aceras estaban cubiertas de cuerpos caídos, con evidentes señales de lucha, vigilados por otros uniformados como Lámatyáve. Éste condujo al Catedrático y a su ayudante por entre los cuerpos, sonriendo y quitándole importancia: “Bueno, estos revoltosos… pero no pueden hacer nada mientras estemos por aquí… Usted siga con su misión, Doctor”; y finalmente subió a ambos a un taxi, encaminándoles al Nórendë, la Mitad del Mundo.

Cuando el taxi ya estaba lejos, Eleder estalló:

-¡Estoy harto! ¿Qué es todo esto? ¿Por qué hay gente que nos ayuda sin decirnos siquiera quiénes son? ¿Qué es lo que está pasando aquí, eh?
-Bueno, Eleder, calma –le tranquilizó Celebriel-. Al fin y al cabo están ayudándonos… y de no ser por ellos, no sé lo que nos habría pasado. Relájate y disfruta del viaje.

Tras un rato de travesía, y el pago de varios peajes, los viajeros llegaron por fin a su destino. Nórendë era una auténtica ciudad comercial y turística, erigida alrededor de una bola redonda rodeada de múltiples establecimientos, atracciones y puntos de información. Celebriel señaló hacia el centro.

-Esa bola es el famoso Entil, el punto exacto que marca la verdadera mitad del mundo. Es una atracción para gente que viene de toda Arda, dejan aquí sus númenóres y se van, encantados. Es curioso que algo tan pequeño atraiga tanto la atención de tanta gente… y eso que no saben que… bueno…

Eleder enarcó las cejas y miró inquisitivamente a Celebriel. Ésta, ruborizada, bajó los ojos y continuó:

-Bueno… En realidad, hay una leyenda entre los antiguos habitantes de Lestandor… Se dice que el Entil tiene un extraño poder. Quien es consciente de él, puede conseguir, sólo con tocarlo, ser trasladado a cualquier punto de Arda que lo desee. Dicen que tiene que ver con las polaridades magnéticas de la tierra, y el hecho de que todos los ejes de ella pasen por aquí, y… ejem… otros dicen que es magia.

Eleder movió la cabeza, aunque había aprendido a no desechar tan rápido las supersticiones. –Bueno –dijo-, en todo caso, aquí tenemos una misión que cumplir. ¿Dónde hemos quedado con el profesor Cavada?

-Justo ahí enfrente, en la taberna “El Galápago Cabeza abajo”. Vamos –y dirigió al Doctor con paso firme.

Allí, efectivamente, había una taberna tan inequívocamente étnica, que cumplía tan a la perfección con todo lo que uno esperaría de un lugar autóctono, tan auténtica, que sólo podía ser una recreación para turistas. Y en un banco, tomando un refresco, se encontraba acodado en la barra una persona tan inequívocamente filosófica, que cumplía tan a la perfección con lo que uno esperaría ver de un filósofo (pelo largo y canoso, barba sin arreglar, ropa desastrada, mirada perdida), que sólo podía ser…

-…¿Una trampa? –musitó Eleder.
-No lo sé –respondió Celebriel en voz igualmente baja-. Pero sólo tenemos una forma de averiguarlo…

Y, carraspeando levemente, y adoptando su pose más seductora, llamó dulcemente:

-Disculpe usted, señor… ¿Profesor Cavada, por casualidad?

Y el aludido, al oir su nombre, vio a la pareja que le miraba, se levantó, con los ojos muy abiertos, y, repleto de emoción, pasó por el lado de Celebriel y se abalanzó hacia Eleder, diciendo:

-¡¡Estimadísimo Doctor Eleder!! ¡Esto es un verdadero honor para mí! ¡Que todo un Catedrático de la Antigua Sabiduría Élfica venga hasta aquí para conocer mis trabajos… y precisamente usted…! ¡No sabe lo que me alegro!

Eleder le saludó con cierto embarazo, mientras pensaba “No ha dirigido una sola mirada a Celebriel… No queda ninguna duda, es un filósofo”.

Comenzaron a charlar animadamente, hasta que por fin Eleder decidió confesar el motivo de su viaje:

-En realidad, profesor, hemos venido aquí por una razón… No sabemos si es usted consciente del peligro que entrañan sus investigaciones. Pese a toda su buena voluntad, está usted poniendo en riesgo a toda Eä. Por ello, nos gustaría pedirle, y estamos seguros de que lo entenderá… que interrumpa sus investigaciones.

El profesor miró a Eleder. Parpadeó, y comenzó a respirar agitadamente. –Usted… -dijo, entrecortado- ¿Me están diciendo que renuncie a mis investigaciones? ¿Qué abandone mi trabajo? ¿Qué silencie mis descubrimientos?

-Bueno, yo… -intentó aclarar Eleder, no pudiendo continuar por un gesto repentino del profesor, que, poniéndose en pie, le gritó indignado:

-¡Creía que ustedes valoraban mi trabajo! ¡Creía que su Universidad era un verdadero Templo del Saber, donde cualquier investigación era valorada! ¡Y pretenden ustedes silenciarme a mí, vienen a donde un académico que no tiene nada que ver con ustedes a obligarle a callar! ¡Pues no lo conseguirán, señores, no, en absoluto! ¡Y olvídense de mí! ¡No volverán a encontrarme!

-Eeeehm, espere, nosotros en realidad… ¡Oiga! –pero Cavada salió a toda velocidad de la taberna, y cuando Eleder y Celebriel quisieron salir en su busca, ya no quedaba ni rastro de él; se había volatilizado como pastelito a la puerta de un smial.

Eleder no reprimió un quejido de disgusto. -¡Bueno! –se lamentó- ¿Y ahora qué hacemos? ¿Volvemos a empezar?

Y Celebriel, que miraba hacia la puerta de acceso a _Nórendë_, le señaló una turba que estaba accediendo al recinto y acercándose, a toda velocidad, precisamente hacia ellos, vociferando consignas y con intenciones nada amistosas. Eleder los vio, suspiró y musitó: -Efectivamente… volvemos a empezar…

(Continúa)

diciembre 16, 2009

Lestandor - IV: Carreras y Revelaciones

La lluvia repiqueteaba en los cristales del Trollbus que transportaba a su máxima velocidad al Doctor Eleder y a su colaboradora Celebriel por las nutridas y ajetreadas calles de Kwito, la capital de Lestandor. Ésta, mientras tanto, le hablaba del lugar al que estaban dirigiéndose: el mágico y desconocido Valle Secreto.

-No, no se trata de Gondolin, Eleder. ¡Está aquí, en Lestandor! Es un lugar mítico; muy poca gente sabe de su existencia. En realidad ni siquiera se trata de un valle: es el fondo de un volcán, en el cual hace mucho tiempo se asentó un grupo de personas, huyendo de Eru sabe qué, y crearon un poblado que ha permanecido allí desde entonces. Está prácticamente en la Mitad del Mundo, y allí es seguro que nadie molestaría a tu profesor; estoy seguro de que es la mejor opción para… ¿Cómo? ¿Qué si el volcán está inactivo? ¡Pero qué pregunta más absurda! ¡Pues claro que no! ¡Ningún volcán está inactivo en Lestandor! Pero bueno, supongo que el riesgo les compensa… Tardaremos unos…

En ese momento, Celebriel detuvo su explicación, se dio media vuelta y se alarmó:

-¡¡Malditancia!! ¡Nos están siguiendo!

Y era cierto. Eleder, aterrado, observó como tres personas, caminando a paso ligero, iban acortando distancias con respecto al Trollbus (nadie dijo que la máxima velocidad de un Troll fuera demasiado alta).

-¿Y ahora qué hacemos? –le preguntó, con gran nerviosismo.

-Lo primero de todo –respondió Celebriel-, mantener la calma. Lo segundo, pensar con claridad. Y lo tercero… ¡¡saltar!! –y, agarrándole del brazo, le arrojó fuera del Trollbus, precipitándose ella después, y haciéndole correr frenéticamente por entre las callejuelas de Kwito. Los perseguidores, maldiciendo, echaron a correr tras ellos.

Eleder, agotado, intentó frenar a Celebriel (no en vano la última vez que había corrido así había sido un día en que se dio cuenta de que el Rector estaba en el pasillo de al lado, buscando a alguien para organizar los Festejos de Yule de ese año), diciéndole –Pero… ¿A dónde vamos? ¿Por qué… ay… corremos? ¡Quizás no sean… ay… peligrosos… Celebriel, para ya!!!

Ésta, impertérrita, siguió arrastrándole por callejuelas cada vez más oscuras e inhóspitas. –Cállate ya, Eleder –le replicó-. Sé quiénes son, te lo explicaré luego. Pero primero tenemos que llegar a un lugar seguro. ¡Por aquí! –y le empujó a un callejón más sombrío aún, mientras se oían gritos como “¡El Progreso no se Vende!”, “¡Elfos, Siervos della Reacción!”, o “!!El Cambio debe Imponerse!!”.

Tras varios minutos de frenética escapada, Celebriel mandó parar al Doctor, que casi se desploma de alivio. –Bueno –dijo-, creo que ya les hemos dado esquinazo. Aquí no se atreverán a entrar. Este barrio es el Tópatanwen, uno de los lugares más peligrosos, de mala reputación y arriesgados de Kwito, sobre todo para los extranjeros. Aquí estaremos a salvo –el Dr. Eleder tragó saliva-. Tú, sobre todo, no te quedes nunca solo; si te quedas solo, no hables; y si hablas, no… ¡Un momento! ¡Espera aquí! –y, dando un salto, desapareció por una de las puertas abiertas en la calle.

Eleder no tenía ninguna intención de moverse; el miedo, de hecho, lo tenía paralizado. En la oscuridad de esos callejones le parecía que se escondían peligros sin cuento; en cada una de las bocacalles le parecía distinguir crueles y sospechosos ojos que le vigilaban, con propósitos siniestros.

De pronto, uno de esos ojos (dos de ellos, para ser más precisos) se delimitaron de forma mucho más clara, y arrastraron con ellos una cabeza y un cuerpo entero, que comenzó a avanzar, de forma cauta pero decidida, hacia el Catedrático. Las ropas raídas del extraño denotaban su baja extracción, y mantenía los ojos fijos en un Eleder que miraba frenéticamente a todos lados, buscando una salida que no existía. El hombre, finalmente se colocó delante de él, y con voz ronca y arrastrando las erres, le dijo:

-Disculpe usted, señor, buenas nochesf… ¿No tendría usted fuegof, por casualidad?

Mientras el ciudadano continuaba su búsqueda de lumbre, y Eleder continuaba intentando calmar los desbocados latidos de su corazón, Celebriel reapareció. -¡Vamos! Tengo buenas noticias. Pero tenemos que apresurarnos. Nos darán ciertas informaciones muy valiosas. Pero tenemos que subir a la Tárost, la Fortaleza Alta de Kwito. ¡Sígueme!

A Eleder le faltó tiempo para abandonar ese Tópatanwen. Siguiendo a la elfa, fueron ascendiendo varias calles que se iban ensanchando, hasta convertirse en avenidas que casi podían rivalizar con las de Nueva Númenor . El colorido de las casas le sorprendió; parecía que Kwito no iba a ser tan oscura, después de todo… y, de pronto, una imagen le paralizó: dos altas torres, adornadas por doquier con animales fantásticos, como armadillos e iguanas, y otros reales, como dragones y olifantes, centelleando de plata y oro, y elevándose hacia los inmensos (y lluviosos) cielos de Lestandor , se alzaban frente a él. Celebriel, mirando también hacia arriba, le dio una palmadita en la espalda y le dijo:

-Bueno, aquí tienes, Eleder… ¡La Alta Fortaleza! ¿Es imponente, eh? Bueno… ¡subamos! –“¡¿Subir?!”, empezó a replicar él, pero en vano.

Tras interminables tramos de escaleras, llegaron finalmente a la parte más alta de una de las torres. La vista desde allí era realmente impresionante: Kwito se extendía bajo sus ojos como una gran serpiente entre montañas, ominosa pero a la vez sobrecogedora. Celebriel dejó allí al Doctor, bajó a hablar con ciertos amigos suyos, y volvió al de un rato, sonriendo.

-Bueno, tengo buenas noticias. En primer lugar… He confirmado quiénes son los que nos persiguen. Se trata de la FEUE (Fanáticos por la Evolución y la Utopía en Endor), un peligroso grupo de radicales, que buscan alcanzar el progreso en todos los países de Arda empleando para ello cualquier medio, incluyendo medios sólidos como bastones, garrotes o cosas peores. Al parecer han descubierto la existencia del Desmaculador, y desean protegerlo a toda costa, o mejor dicho, a nuestracosta.

-Vaya… no creía que nuestra misión pudiera tener este tipo de derivaciones… -suspiró Eleder-. En fin… ¿y las otras noticias?

-Son mejores –sonrió Celebriel-. Me han confirmado que ese profesor Cavada se esconde, efectivamente, en el Valle Secreto. Pero he conseguido ponerme en contacto con él por palanmóvil –Eleder dio un respingo-. Le he dicho que queríamos hablar con él de su trabajo… ¡Y ha aceptado! Se reunirá con nosotros en el Norendë, el complejo turístico y comercial que rodea la Mitad del Mundo. Sólo tenemos que ir allí, y…

Celebriel se calló. Unos sonidos inconfundibles ascendían por la escalera de la torre. Sonidos de pasos. Eleder miró abajo y estuvo a punto de murmurar “Tambores, tambores en las abismos…”

-Y para ir allí –musitó-, sólo tenemos que bajar estas escaleras… ¿Verdad?

-Eeehm, pues… -vaciló Celebriel, mientras los pasos seguían ascendiendo, cada vez más cerca. Y esta vez no había ninguna salida; estaban atrapados.

(Continúa)

diciembre 12, 2009

Lestandor - III: ¿Arda Desmaculada?

Hay cosas que no cambian a lo largo y ancho de Arda; cosas que, por muchas millas que recorras, por ríos y mares que atravieses, se mantienen inalterables, permanentes, eternas.

Una de ellas es la OrcoCola. Y en torno a un par de ellas se reunieron el Doctor Eleder y Celebriel en una céntrica cafetería de Kwito, la grandiosa capital de Lestandor, seguros de que el ruido de los coches que pasaban, las voces de los turistas llegados de toda Endor, y el repiqueteo de la lluvia que continuaba cayendo, hacían de ése un lugar perfecto para la conversación que tenían pendiente.

-Balrogs, Eleder, me tienes en ascuas… ¿Me puedes decir de una vez qué es lo que pasa? –inquirió Celebriel, dando un prolongado sorbo a su refresco y fijando su mirada en el Catedrático.

Eleder se aclaró la garganta y, con un prolongado carraspeo, comenzó: -Bien… se trata de algo complejo. Simple a la vez que complejo. Tenemos que encontrar a una persona, y si es posible, llevárnosla a Nueva Númenor.
-Bueno, querrás decir “llevártela”, ¿no? –interrumpió ella.
-Eehm, sí, llevármela, claro. Bueno, lo importante es que abandone lo que está haciendo, convencerle de que su labor es demasiado peligrosa… A pesar de que…
-¡Ey, un momento! ¿Te importaría empezar por el principio? –cortó de nuevo ella. Eleder resopló, y comenzó a narrar la Terrible Historia:

Desde las Edades Antiguas se conoce que Arda, nuestro planeta, no es perfecto. Muchos filósofos pasaron décadas de su vida tratando de descubrir el por qué de la existencia del Mal, dado que Eru, en su infinita bondad, había creado Arda para el goce de todos sus hijos. Varios de esos filósofos tuvieron la decencia de sonrojarse y dedicarse a actividades más productiva, cuando se dieron cuenta de que podían haberse ahorrado esas décadas de trabajo si simplemente hubieran leído el Ainulindalë y hubieran entendido que Arda se creó en la Tercera Canción de Eru, cuando Melkor, después llamado Morgoth, el Enemigo Oscuro, hubo entrelazado sus propias notas con las de Eru, introduciendo así una mancha, una Mácula, en la propia esencia de la Creación.

Ya los Noldor de antaño sabían sobre la naturaleza de Arda Maculada, _Arda Hastaina_, y el sabio Finrod opinaba que quizás los hombres, los débiles e insignificantes mortales, podían tener algún papel en la Curación de Arda, en el momento en que, se creía, la Mácula desaparecería y Arda volvería a nacer bella, impoluta y feliz.

De estos escritos de los Noldor provinieron los problemas (como era de esperar, intercaló el Doctor Eleder). A finales de la Novena Edad, un grupo de científicos comenzó a investigar sobre la naturaleza de dicha Mácula, y de las formas físicas que pudieran existir para acabar con ella y devolver Arda a su pureza original por medios exclusivamente técnicos (“¡¡¡El error de Saruman!!!”, gritaba Eleder exaltado; “¡intentar cambiar la naturaleza de las cosas por medios tecnológicos!”, mientras Celebriel enarcaba las cejas).

Y el mayor problema era que, según parecía, podían estar a punto de conseguirlo. En los últimos años había aparecido un importantísimo filósofo, Oiolossë Cavada, que, según todos los estudiosos afirmaban, estaba a punto de construir el aparato que lograría sintonizar con la Auténtica Esencia de Arda y extirpar, con un solo botón, la Mácula de la Naturaleza: el DESMACULADOR.

-El propio Catedrático de Maculología me avisó –continuó Eleder, preocupado-. Si Cavada realmente consigue lo que se propone, y construye y usa su Desmaculador, el resultado puede ser totalmente desastroso. Sabemos que no es posible llegar a una Arda Inmaculada simplemente por medios técnicos. Si creemos en la profecía de la Dagor Dagorath, tenemos que esperar a que lleguen la Última Batalla, la muerte del propio Melkor, y todos los eventos que la acompañarán. Este intento de acelerar las cosas por la tecnología puede ser visto como un acto de orgullo tan grande como el de Ar-Phârazôn, cuando quiso conquistar Valinor con su fuerza militar… y todos sabemos dónde está Númenor ahora…

-Vaya… -Celebriel parecía asustada- ¿Y qué podemos hacer?

-Bueno… Según me dijeron en Maculología, los artículos del profesor Cavada decían que el mejor lugar donde investigar y construir su Desmaculador sería, precisamente, lo más cerca posible del Centro del Mundo. Por eso me han enviado aquí. Tenemos que encontrarle, intentar disuadirle de que abandone sus investigaciones, y si no lo conseguimos, al menos llevárnoslo –“llevártelo” “vaale, ¡llevármelo!”- a Nueva Númenor, para que continúe investigando auspiciado por la UAN, pero sin intentar poner en práctica en ningún momento sus descubrimientos.

-Muy bien, creo que me queda claro –asintió Celebriel-. Y siendo así, ya se me ocurre un par de sitios donde podemos buscarlo… ¿Vamos?

Mientras Eleder pagaba las Orcocolas (“Son cuatro númenores, señorf” “¿Cómo? ¿Pero aquí no tienen moneda propia?” “Hace tiempo que nof, desde que el Gobierno puso en marcha la númenorización, ya sólo usamosf los númenores” “Pues vayaf, digo, pues vaya”), Celebriel salió a la calle y comenzó a hacer gestos; y para cuando Eleder cruzó la puerta por fin, se encontró frente a frente con la elfa, mirándole sonriente, y flanqueada por dos inmensos, atemorizantes y absolutamente líticos Trolls.

Ante la mirada atónita del profesor, Celebriel se echó a reir y dijo -¡Qué cara de susto has puesto, Eledito! Este es el método de transporte corriente aquí: el Trollbus, un carro impulsado por Trolls. Vamos a dentro... ¿O es que no te atreverás a subir? –y, guiñándole un ojo, se dirigió a uno de los Trolls y le dijo –Señores… al Valle Secreto, por favor.

Y Eleder se acomodó en el carromato, mientras intentaba recuperar el aliento y pensaba: “¿Cuántas sorpresas me quedan aún por encontrar en este país?”


(Continúa)

diciembre 09, 2009

Lestandor - II: Amigos inesperados

El bullicio natural de los aeródromos es el mismo en Nueva Númenor, en Lestandor y en la Cuaderna del Norte (excepto que en este último normalmente hay más olor a pasteles, sobre todo desde que se importó a la Comarca el conocimiento de la arcana sustancia conocida como "chocolate").

Eleder salía del dirigible, acompañado del señor Lolquende, que le animó, con unas palmaditas en la espalda, a emprender su búsqueda.

-Sí -respondió él-, gracias, pero no se preocupe. Lo primero que haré será buscar a mi contacto aquí en Lestandor. Se trata de Celebriel, una silvana que conocí hace tiempo, en un problemático viaje que hice a Lórien -como se cuenta en "El Dr. Eleder: Asesinato en el Lórien Express", de próxima aparición-. Tiene que estar por aquí, entre toda la gente -y comenzó a otear la sala de espera, donde se agolpaba una multitud que esperaba a los distintos viajeros-. Espero que haya encontrado una forma discreta de llamar mi atenc...

De pronto, el volumen de las voces subió, y todos comenzaron a señalar un cartel de varios metros de diámetro, que, en perfectas tengwar feanorianas, rezaban "AIYA, DR. ELEDER, ESTOY AQUÍ!!!!!!". Y debajo, una esbelta y risueña elfa, dando saltitos y señalando. Eleder suspiró largamente y se dirigió hacia ella, dejando atrás a un Lolquende a quien las carcajadas mantenían doblado cuan largo era.

-¿Eres tú? ¿Eres tú de nuevo? ¡¡Hola, Eledito!! ¡Cuantísimo tiempo!
-Hola... Celebriel -Eleder carraspeó-. ¿Cabría acaso la posibilidad de que no se enterara todo Lestandor de mi llegada?
La elfa parpadeó -Pero... ¿quién se va a enterar? ¿Cuánta gente crees que hay en Lestandor que sabe leer tengwar, aparte de ti y de mí? ¡Nadie se enterará de nada! -su semblante se puso serio entonces, y continuó en tono más bajo- De todos modos... ni siquiera me has dicho que no te llame Eledito... y eso quiero decir que estás preocupado. ¿Algo va mal?
-Te lo explicaré todo mañana -respondió él, sombrío-; ahora llévame a...

Pero un imponente policía le hizo señas para que se acercara. Eleder tragó saliva y se acercó a él, seguido de Celebriel. El policía le pidió sus documentos, y, en un tono inequívocamente policial, comenzó a desgranar:
-Ajá... así que es ustedf el señor Eleder Ereldatarion... trabaja de... ¿crate... qué? Ah, profesor... ¿Y de qué asignatura, dice usted, de cuñe... ñuec... ah, de matemáticas... Bien... así que este es su equipaje... muy bien... y a quién conoce usted aquíf... su viaje es por turismo o por placer... ¿¿investigaciones secretas?? Ah, "de setas", graciasf, señorita... por cierto, parece que el señor se ha hecho daño en un pie... Muy bien... ¡Oh! ¿Y esto? -mirada severa a Eleder- ¿Me puede explicarf, señor -mirada al documento- Ereldatarion... ¿qué tipo de objeto es éste que guardaba usted aquí?

-Libro... libro... se llama "Libro"... -respondió Eleder, casi fuera de sí.

-Aaaahh, esa cosa con letrasf... pero... ¡aquí dentro no hay letras! ¡Me está usted mintiendo! -el policía comenzó a preparar su comunicador- Si realmente, como dice usted, todo esto de aquí son letras... ¿Puede leérmelo entero? Es por la seguridad, sabe usted, entiéndame...


El carrotaxi ya estaba llegando al hotel. Eleder no podía recordar bien cómo había sucedido todo, excepto unas palabras de Celebriel, "Déjame a mí", otras más largas que no entendió, intercaladas con intervenciones cada vez más breves del policía, hasta que al final éste musitó un "todoenordenf,muygentil,graciasportodo", y pudieron escapar. Celebriel le había restado importancia: "Entre lestandoreanos, basta con hablar como un lestandoreano... y no dejarse avasallar, claro". Esta chica prometía ser una buena ayudante, desde luego.

Atravesaron una cortina cerrada de lluvia, para entrar finalmente al hotel (llamado "Sol de Lestandor", por cierto, nombre ante el que Eleder no pudo sino bufar silenciosamente). El doctor despidió a Celebriel ("mañana te lo contaré todo"), y se acomodó en su habitación.

Dado que tenía aún varias horas, comenzó a trabajar en su nuevo libro. La quietud y la paz del hotel comenzaron a tranquilizarle por fin... hasta que, de pronto, unos silbidos le sobresaltaron. Alterado, bajó de la silla y husmeó por la ventana. El patio parecía vacío, pero claramente alguien estaba lanzando sospechosos silbidos, claramente avisando a otra persona de algo... ¿De su presencia, quizá?

Intentó continuar trabajando, pero los silbidos persistieron, y pasaron a acompañarse de unos golpeteos, insistentes, suaves pero continuos, en el patio que daba a su ventana... "Decididamente, vienen a por mí", pensó Eleder, tomando su bastón Alkarmakil, que había comenzado a usar últimamente, blandiéndolo, y abriendo de golpe la ventana.

Un loro aleteó, aturdido y aterrado, y voló silbando frenéticamente para situarse fuera del alcance del Catedrático. Eleder lo vio alejarse, suspiró, cerró la ventana y volvió a su trabajo. “Bueno, si no hay más interrupciones, podré terminar este capítulo sobre la marcación semántico-pragmática de la longitud de las vocales en el “coirëa quenya”…”, pensó, mientras escribía de nuevo.

Y en ese momento, dos oscuras figuras suspiraron aún más largamente que él. “Buff… creí que ese loro haría que nos descubrieran”, musitó uno. “Sí, pero estos universitarios están todos miopes… no te preocupes… en este patio no podrán encontrarnosf”, respondió el otro. “Sí, y en el momento en que el doctorcito este apague las luces y vaya a dormir, abriremos la ventana… ¡y será nuestrof!”, terminó el primero, con unos gestos silenciosos que parecían querer indicar “risa ominosa”.

Pasó una hora… Pasaron dos horas… Pasaron cuatro horas… “Oye, ¿es que no piensa dormirf?” “Yo qué sé… pero aquí fuera está lloviendo…” “Bueno, lleva seis horasf trabajando, pronto terminará…”.

Ocho horas más tardes, la luz de la habitación seguía encendida, se seguía oyendo al catedrático trabajar alegremente, y el sol estaba a punto de salir (o, mejor dicho, a mandar un mensaje a las nubes para decirles “avisad a la gente de abajo que ya estoy por aquí arriba, ¿vale?”). Los dos matones se hartaron: “Mira… se duerma o no se duerma, saltamos y ya está, acabaremos con él. Es sólo un Catedrático, no podrá hacernos nada. ¡Vamosf!”

De pronto, el Doctor escuchó un terrible estruendo. Un ruido de pelea proviniente del patio atronó sus oídos, seguido de quejidos y gritos de dolor. Eleder, que ya había terminado de escribir y estaba preparándose para acostarse, miró a hurtadillas hacia el lugar, y no vio más que un conjunto borroso de figuras que, de pronto, callaron y desaparecieron.

Y en ese momento llamaron a la puerta; su corazón dio un vuelco, pero, al abrir con cuidado, no vio más que a un Guardia de Seguridad, que, con claras señales de lucha en su cuerpo, le sonrió y le dijo:

-No se preocupe, Doctorf… Está todo controlado. La amenaza ha sido sofocada. Hay Gente –y sonrió aún más ampliamente- que cuida de usted.

Y mientras se marchaba, Eleder no pudo hacer otra cosa que quedarse perplejo en el sitio, parpadeando inmovil, mientras musitaba “pero… ¡pero si sólo era un loro!”

(Continúa)

Lestandor

Poca gente sabe dónde está. Unos lo sitúan en Anariondor; otros en Esteldórë; la mayoría sólo sabe que está muy al sur de Nosselinor, donde los lómelindi cantan más suave y Anar reina eternamente.

Y la verdad es que es difícil dar con ella. Tomando el Belegaer como hacia la izquierda, más o menos entre el Cercano Harad y el Lejano Harad, podríamos decir algo así como el "Harad de Enmedio", yace poderosa la por todos conocida y por tan pocos hollada Cintura de Arda, y alrededor de ella, el País de la Cintura: Lestandor.

Y allí estaba el Doctor Eleder, en el punto conocido como Nórendë, la Mitad de Arda, agazapado e intentando protegerse con un débil paraguas de las acometidas de los elementos, mientras pensaba "Anar reina eternamente, sí... ¡ja!", y se afanaba por conseguir hollar el Punto Medio, el Entil, la única esperanza que le quedaba para poder...

¡Pero esperen! ¿Qué hace ahí el Doctor Eleder, se preguntarán? La última vez que supimos de él estaba escuchando plácidamente Radio Númenor, y ahora... Bien, cierto, merece una explicación.

No es que merezca una explicación su inactividad, desde luego. Es un Catedrático, y como tal, su estado natural es el de desaparecido. Un físico de la universidad rival dijo una vez que "Nunca puede saberse al mismo tiempo la posición y la velocidad de un Catedrático de la UAN, pues cuando sabe que le has localizado, enseguida echa a correr".

Esto fue aún más real si cabe en el caso del Doctor Eleder, dado que en el momento en que se oyó "¡Doctor! Discúlpeme, ¡no sabía que frecuentara usted este...!", el dirigible comenzó a alzar el vuelo, alejando a Eleder de Nueva Númenor, y a un montón de sombreros y maletas de sus posiciones previas (los dirigibles, pese a lo que pueda parecer, no son nada sutiles despegando).

Cuando el equipaje hubo vuelto a su lugar esperado, un hombre trajeado volvió a acercarse al Catedrático, que, sentado al lado de un fornido hombre de Khând, intentaba pasar desapercibido.

-¡Doctor Eleder! Le decía que se me hace muy raro verle aquí, en primera clase... ¿Es que les han subido el sueldo? -Eleder gruñó como única respuesta- Oh, permítame que me presente... Gustaf Lolquendë, importador de objetos de cordelería, pantallas galadriélicas, cosas así, le conocí en una recepción que dio su Rector, y dígame, ¿cómo le va?

-Encantado... -mintió el Doctor, pero luego, arrepintiéndose de su descortesía, se levantó, chocó con la balda de equipajes, se llevó la mano a la cabeza, terminó por levantarse y alargó su otra mano hacia el empresario- ¿Cómo está usted? Bueno, lo de estar en primera clase... La verdad es que gracias a mi secretaria, tengo que decirlo. La señorita Lothíriel. Estuve a punto de quedarme sin vuelo, un descuido, y ella hizo un par de llamadas y... sí, algo dijo de "situación excepcional", "prestigio de su compañía", "no van a encontrar ni una tuerca entre las cenizas, mire que tengo amigos que les gusta mucho eso de prender cositas, usted me entiende", y nada, enseguida me consiguieron un sitio aquí... ¿Y usted también va a Lestandor?

-¡Pues sí! -se ufanó Lolquende- Negocios, sabe usted... Ese país está prosperando mucho, y el númenor es una moneda fuerte ahora, creo que voy a conseguir algo de provecho... Pero ¿cuál es el motivo de su viaje? ¿Alguna Universidad, quizás? ¿Un curso de Quenya? ¿Negocios, o placer?

Eleder musitó: "Ehm... turismo", y luego agregó -No... en realidad, me han Encomendado Una Misión. Lo siento si suena grandilocuente, pero...

-¡Una Misión! ¡Cielos, eso es emocionante! ¿Algo secreto, como aquello que le pasó con los Hithluminati? ¡Cuénteme! -el señor Lolquendë, obviamente, no terminaba de relacionar la palabra "secreto" con ningún significado concreto. Pero Eleder carraspeó, y continuó:

-Mire... no le puedo decir mucho. Pero tengo que localizar a alguien, y, si puedo -y bajó la voz- traérmelo para Nueva Númenor. Ciertas investigaciones secretas... gran preocupación en el Estado Mayor... Mire, ¿significaría algo para usted que le hablara de la Mecánica Q-Éntica? -la cara de perplejidad, pero a la vez de intriga, del empresario, era buena respuesta- Pues en fin... Espero no fracasar. El futuro de Nueva Númenor... bueno, de la Universidad... bien, quiero decir, al menos de Mi carrera, depende de ello.

-¡Pues que tenga usted mucha suerte! -y se rió amistosamente, dando unas palmadas al Catedrático- Y si veo algún Q-Ent por ahí, ya le avisaré... ¡Jo, jo! Aquí tiene mi palanmóvil... ¡Hasta pronto!

Eleder musitó un agradecimiento, volvió a su asiento, se dio de nuevo con la cabeza contra la balda del equipaje, y se sentó mascullando "Mecánica Q-Éntica... se me podía haber ocurrido algo menos ridículo, la verdad...", e intentó relajarse concentrándose en la película que ofrecía el dirigible.

La pantalla galadriélica donde se mostraba la película rezaba en su parte inferior: "LOL Corp., GmbH. Fabricado en Nueva Númenor".

(Continúa)